MULTINACIONALES
QUE QUIEREN PROLONGAR
LA
GUERRA EN EL CONGO
|
Por
Jon Sobrino
Teólogo
Zenit,
agencia de noticias del Vaticano, dijo hace poco que “la crisis
humanitaria más olvidada en nuestro planeta es la del Congo”.
De vez en cuando en los medios asoma la tragedia pues ya no hay modo
de ocultarla. Pero lo que se dice de ella es todavía irrisorio
e insultante en comparación con la magnitud de la barbarie y
el genocidio. Y no hay llanto, ni pedir perdón, ni propósito
de enmienda.
En esta Carta a las Iglesias de vez en cuando
decimos una palabra sobre el Congo. Es un muy pequeño grano de
arena.
Ahora, aunque no sea más que por pudor,
volvemos a recordar a ese inmenso “pueblo crucificado”.
Presentaremos, resumidamente, tres textos que han llegado a nuestras
manos estos días. Terminaremos con una breve reflexión.
1. “Quieren prolongar la guerra en el
Congo”
En Periodista Digital del 27 de
noviembre el jesuita Ferdinand Muhigirwa acusa a la comunidad
internacional de querer prolongar la guerra en el Congo. “Si la
comunidad internacional lo quisiera realmente, la guerra en la
República Democrática del Congo terminaría en
pocos días”.
Y da la razón. “Está
claro que la raíz del conflicto son los minerales, de los que
se benefician las empresas mineras y los países extranjeros,
pero no la población autóctona que se ve obligada a
vivir con menos de un dólar al día”. Los
organismos supranacionales, como la Unión Europea, prefieren
que la contienda se mantenga y "se prolongue en el tiempo de
forma interminable”.
El genocidio, por causa de la
guerra y la pobreza, es claro. “Es terrible que en un país
tan extremadamente rico la población viva abocada a tales
niveles de pobreza”. Y crece la deshumanización.
En
El Salvador lo entendemos bien. Desde hace décadas se produce
el abandono progresivo de la agricultura: “la gente no quiere
seguir trabajando en los sectores tradicionales porque prefiere
enriquecerse en las minas”. Y sufren los niños: “Las
familias permiten a sus hijos abandonar el colegio desde edades muy
tempranas para excavar. Creen que así se van a hacer ricos,
cuando después la mayoría no consigue más de 50
dólares al mes”.
Son palabras mayores.
- La
guerra en el Congo es un genocidio que ha producido 5 millones de
muertos en 15 años.
- El genocidio puede ser
detenido, pero la comunidad internacional, las democracias del Norte,
no quieren detenerlo.
- El Congo es un pueblo
activamente crucificado.
2. “El teléfono
celular: ataúd del Congo”
En
lenguaje periodístico Cristóbal Saura explicaba en El
portal del medio ambiente, el 6 junio de 2007, por qué ocurre
el genocidio y por qué se oculta.
El genocidio
En las montañas orientales del
Congo hay coltán y niobio, además de oro, diamantes,
cobre y estaño. El coltán, abreviatura de
colombio-tantalio, está en suelos de una antigüedad de
tres mil millones de años. Se usa con el niobio para fabricar
los condensadores para manejar el flujo eléctrico de los
teléfonos celulares. Cobalto y uranio son elementos esenciales
para las industrias nuclear, química, aeroespacial y de armas
de guerra. Alrededor del 80% de las reservas mundiales de coltán
están en el Congo.
Por el control de estos minerales
escasos hay una guerra tremenda. Los poderes multinacionales quieren
controlar la minería de la región. Conclusión:
“el motivo del genocidio son estos minerales que buscan las
corporaciones” y además están destruyendo la
segunda área verde del planeta después del también
amenazado Amazona.
Un poco de historia
En
1996 Estados Unidos patrocinó una invasión de fuerzas
militares de las vecinas Rwanda y Uganda. Hacia 1998 tomaron el
control y ocuparon las áreas mineras estratégicas. Muy
pronto, el ejército rwandés comenzó a ganar más
de 20 millones de dólares por mes con la minería del
coltán. Hay cientos de informes que denuncian abusos de los
derechos humanos en esa región minera.
Las empresas
con capacidad tecnológica convierten el coltán en el
codiciado tantalio en polvo y lo venden a Nokia, Motorola, Compaq,
Sony y a otros fabricantes que lo usan en teléfonos celulares
y otros aparatos de tecnología “de punta”.
Keith
Harmon Snow dice que para analizar la geopolítica del Congo y
las razones de una guerra casi inacabable desde 1996, hay que
comprender el crimen organizado por negocios multinacionales.
La
guerra del Congo se planificó con las inversiones de
corporaciones multinacionales de Estados Unidos, Alemania, China y
Japón en la región. Y está apoyada por las más
poderosas corporaciones, la Cabot Corporation y la OM Group, de
Estados Unidos; la HC Starck de Alemania; y Nigncxia, de China.
Redes criminales, preparadas y mantenidas por esas
multinacionales, practican la extorsión, soborno, violación
y matanzas. Y obtienen beneficios sin precedentes con la minería
del Congo. Hasta 6 millones de dólares en cobalto crudo salen
a diario de la RDC. Sin embargo, casi nunca aparecen estas compañías
en los informes sobre derechos humanos.
Personajes
relacionados con el negocio del coltán han estado muy cercanos
al gobierno de Estados Unidos. Sam Bodman fue llamado por el
Presidente Bush en 2004 para ser Secretario de Energía. Nicole
Seligman fue consejera legal de Bill Clinton. Muchos que alcanzaron
posiciones de poder en la administración Clinton pasaron a
altos cargos en Sony Corporation.
En el negocio participan
distribuidores norteamericanos de armas, como Simax, y las compañías
que fabrican material de guerra para el Pentágono, llamadas
“proveedores de Defensa”, Lockheed Martin, Halliburton,
Northrop Grumman, GE, Boeing, Raytheon y Bechtel. Incluso
organizaciones pseudo humanitarias como CARE, el Comité de
Rescate Internacional; “Conservation”, empresas de
relaciones públicas y grandes medios de comunicación
como The New York Times.
Se han hecho grandes fortunas,
vendiendo electrónica de alta tecnología para que la
disfruten los norteamericanos y europeos, los japoneses y los “nuevos
ricos” de América Latina, China y la India.
El
encubrimiento
El 5 de junio de 2006, se leía
en la portada de la revista Time: “Congo: El Peaje Oculto de la
Guerra más Mortal del Mundo”. Es cierto que el artículo
mencionaba brevemente el coltán y su uso en los teléfonos
celulares y en otros aparatos electrónicos. La guerra era una
tragedia horrible, pero nada decía de las actividades de las
corporaciones y los gobiernos extranjeros, para, a través de
la guerra, apoderarse del coltán. Ni tampoco, de quiénes
obtienen de esta guerra resultados financieros y políticos.
Johann Hari en The Hamilton Spectator, el 13 de mayo de 2006,
sí analizó el origen de esta y otras guerras en África.
“El único cambio a través de las décadas
ha sido qué recursos naturales se buscan para consumo
occidental: caucho bajo los belgas, diamantes bajo Mobutu y ahora
coltán y casiterita”. Lo más cruel es que los
medios no dicen nada de que estos conflictos han llevado a la
población africana a una vida inhumana.
3.
“Cada kilo de coltán cuesta la vida a dos niños”
Lo dice Alberto Vázquez Figueroa en el
ABC del 12 de noviembre de 2008. Cuenta el impacto de la guerra del
coltán en los niños. Reproducimos sus reflexiones,
formuladas con palabras de las preguntas y de sus respuestas.
“Los
niños, de entre siete y diez años, son grandes víctimas
de la lucha por el coltán. Son terriblemente explotados, y se
les ‘paga’ 25 centavos de euro al día. ¿Estamos
ante la esclavitud del siglo XXI? El coltán lo extraen niños
porque se encuentra en yacimientos a muy baja profundidad, y con sus
pequeños cuerpos son los que caben mejor por los recovecos.
Muchos de estos niños mueren víctimas de
horribles desprendimientos de tierra. Y se quedan ahí
enterrados. Lo que no han querido las empresas que fabrican aparatos
con coltán es que eso se supiera. Yo he vivido dos décadas
en África y algo había oído. Hay fotos de esa
barbaridad: niños semiesclavos respirando polvo mientras
llueve a mares o se los lleva la riada. Eso es un infierno. Han
llegado cientos de miles de refugiados y aquello es un desastre.
Yo
me pregunto: ¿cómo en el siglo XXI toda nuestra
tecnología depende de que haya un niño dando
martillazos a una piedra y a un pedazo de tierra que se le viene
encima? ¡Esto es de locos! Todos recordamos a tutsis y hutus
matándose a machetazos, no olvidamos las iglesias quemadas con
toda la gente dentro, ni a los niños perseguidos, con los
brazos y narices cercenados. 700.000 desplazados y ya casi cinco
millones de muertos ¡por el maldito coltán y para que
nosotros tengamos una vida más cómoda!
No
paramos la guerra porque las grandes empresas y gobiernos no quieren
que se pare. Si se paraliza la guerra no se hace negocio con el
coltán. Se quedaría en el Congo. Quien controle el
coltán controlará nuestra vida”.
Reflexiones
desde El Salvador
1. No es posible leer
textos como éstos sin sentirse mal, pero alguno podrá
preguntarse por qué fijarnos en el Congo cuando en El Salvador
también vivimos en medio de gravísimos problemas. Y
además, poco podemos hacer. La respuesta es: “por
pudor”. No se puede ser humano, ni en El Salvador ni en Roma,
si no hacemos hoy central el dolor del Congo.
Y también
por un mínimo de honradez. En los peores años de
represión contra el pueblo salvadoreño, se levantaron
voces en Estados Unidos y en Europa para dar a conocer nuestra
tragedia y ofrecernos solidaridad. Poco podemos hacer desde aquí,
pero al menos difundamos lo que está pasando en el Congo.
2.
Por lo que toca a la UCA, ahora que recordamos a nuestros mártires
jesuitas sería irresponsable no recordar a los jesuitas del
Congo y sus mártires. Un jesuita, Christophe Munzihirwa,
arzobispo de Bukavu, fue asesinado en 1996 por defender a cientos de
miles de refugiados. Lo llaman “el san Romero de África”.
Ahora recibimos este mensaje de Ferdinand Muhigirwa, jesuita
congoleño, director del Centro de Estudios para la Acción
Social que clama desde Kinshasa. Nos recuerda las palabras de
nuestros mártires. Y nos sentimos hermanos. Y nos acordamos
también del Padre Arrupe, cuando nos exigió a todos “la
lucha por la justicia”, pagando el precio necesario. 49
jesuitas han sido asesinados desde entonces en el tercer mundo. Y el
mismo Padre Arrupe sufrió fuerte persecución al
interior de la Iglesia.
3. La realidad del Congo desenmascara
la falsedad del “mundo de abundancia, civilizado y
democrático”, lo acusa y lo juzga. Casaldáliga
escribe: “África ha sido llamada el calabozo del mundo,
una Shoá continental”.
Nuestro amigo Luis de
Sebastián ha escrito un impresionante libro con el título:
“África, pecado de Europa”. Bueno y necesario es
recurrir al lenguaje religioso de “pecado”. No es
políticamente correcto, pero el lenguaje civil, correcto y
democrático, no ha descubierto una palabra equivalente. En
teología, “pecado” es “lo que da muerte”.
Dio muerte al hijo de Dios y sigue dando muerte a millones de hijos e
hijas suyas.
4. Por coincidencia, escribimos estas páginas
en el tercer aniversario de la muerte del Padre Jon Cortina.
En
el salmo hemos rezado: “En el consejo de los dioses se levanta
Dios y los acusa: “¿hasta cuándo juzgarán
inicuamente? Juzguen a favor del débil y del huérfano;
hagan justicia al humilde y al indigente; liberen al débil y
al pobre y arránquenlos de las manos de los impíos”.
Es el juicio de Dios ante la guerra de El Congo contra los
dioses, imperios, transnacionales, medios de comunicación.
5. Y permítanme una reflexión personal. Yo me
enteré que había una guerra en el Congo hace unos diez
años. No sabía lo que era el coltán, ni para qué
servía. Y menos sabía de los criminales manejos de
occidente para conseguirlo.
De todo ello no me enteré
ni en la UCA, ni en mis visitas a Estados Unidos y Europa. Me lo
contaron sencillas religiosas que vivieron las tragedias de Ruanda y
Burundi, y trabajaron en los campos de refugiados de Bukavu, el
Congo. Me abrieron los ojos.
Y les he visto trabajar en
comités de solidaridad en toda España, con suma
sencillez, con medios muy limitados, pero con gran lucidez y amor.
Publican Umoya, revista sobre la realidad actual de África.
Siguen adelante. Y son las que más saben de África.
Me recuerdan las palabras que le escuché a Joe
Moackley, congresista por Massachussets, cuando venía a
defender a los campesinos salvadoreños de la represión
del ejército gubernamental: “cuando tengo que votar en
el Congreso sobre nuestra política en algún país
del tercer mundo, para informarme no me pongo en contacto con
nuestras embajadas, sino con religiosas que trabajen allí. Son
las que más saben”.
6. Con el coltán se
hacen misiles, teléfonos celulares y hasta juguetes. Cuando
los usemos recordemos a los 5 millones que han muerto en esta guerra,
y recordemos a gentes como Ferdinand Muhigirwa, que nos mantiene en
la verdad y en el amor.
7. A las personas a las que he visto
mantener la esperanza para el Congo son las religiosas que han estado
allá. No son ingenuas, pero con cariño y admiración
recuerdan la bondad que han visto.